martes, 4 de agosto de 2015

Cine: El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante (Greenaway)

El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante
de Peter Greenaway

Este es uno de los responsables de mi sana obsesión con memorizar los nombres de los directores y buscar más películas suyas. Cada una de sus películas tiene un sello tan particular que le convierte en uno de los mejores ejemplos para ilustrar lo que se suele llamar "Cine de autor".

Consideren esto: en la antigüedad reciente el éxito de una película dependía de una feliz coincidencia de circunstancias: una buena historia, bien dirigida, con buenos actores, bien editada, con buena música, y todo coordinado de tal manera que al público le gustaba. Imagino que los productores se comían las uñas hasta el momento del estreno por la incertidumbre sobre si su producto gozaría del favor de la canalla o no. De algunos años para acá el proceso ha cambiado. Hoy en día, cuando ustedes van a ver una película al cine, ésta ha sido "piloteada" con público una y otra vez para ir afinando todos y cada uno de los elementos que la forman. Se "pilotean" las películas para asegurarse de que la historia sea comprensible, que no sea tediosa, que los personajes funcionen, etc. Por eso uno llora a moco tendido con las películas de Pixar o Dreamworks que son para niños (por poner un ejemplo): no estamos ante un producto casual, sino algo que fue en cierto sentido evolucionando. Eso hace al cine actual sumamente eficaz, pero también tristemente uniforme. No me gusta generalizar, pero absolutamente todas las películas de cine comercial son idénticas (entre ellas).

Con el cine de autor, la historia es muy otra. Cuando se encuentran con una película extraña, es muy probable que esa sensación de extrañez tenga que ver con la mano de quien la dirige. Porque a pesar de que suelen tener todos los aspectos comerciales en contra, se siguen haciendo películas en las que la mayor parte de las decisiones son de quien dirige, no de los productores (los que ponen lo que K. Marx llamó "El capital"). El cine de Greenaway es uno de los mejores ejemplos de esto.

Esta película la vi por primera vez en un cineclub que se organizó durante muchos años en la UAEM. Iniciado por el gran Alejandro Chao, el Cineclub de Psicología nos introdujo a muchos al fascinante mundo del cine de autor. Allí vimos por primera vez películas de los imprescindibles Federico Fellini, Carlos Saura, Theo Angelopoulos, Atom Egoyan, Buster Keaton y Michael Haneke entre otros muchos. Para la sesión inaugural, Alejandro llevó vino para un brindis. Terminada la función, inició la charla mientras todos se agarraban de su copa. Como sobraron algunas botellas, se completaron para la segunda sesión. Sobraron y se completaron para la tercera sesión. Y durante años se quedó la costumbre de la charla con vino de honor. Magnífica.

Para que se animen o desanimen a ver esta película, les recomiendo tomar en cuenta las siguientes consideraciones:

  • Mientras menos sepan de esta película, mejor. Verla es una verdadera experiencia iniciática. NO busquen información en internet. NO busquen imágenes de la película. Si la compran, NO vean la parte de atrás de la cajita. De preferencia pidan a alguien que la ponga por ustedes para que NO vean los menús del DVD. Las razones NO las puedo decir.
  • A Greenaway se le ama o se le odia. Les prevengo: quien asiste a una muestra de cine sabe que va a ver cosas que pueden ser fuertes. Más de una vez me tocó ver películas de Greenaway en muestras de cine e invariablemente una buena parte de la audiencia abandonaba la sala a mitad de la función.
  • Además de ser director, este buen hombre pinta, dibuja, hace instalación y muchas cosas más. Un verdadero estuche de monerías. Eso hace que sus películas sean un banquete visual, por lo cual es recomendable verlas en una pantalla grande, de preferencia muy grande. No las vean en la computadora, y si alguien se atreve a verlas en un celular, no me vuelva a hablar.

Si ya vieron la película y no odian al director, a este foro y a la vida en general, les recomiendo que se sigan con sus obras tempranas y de madurez: Una zeta y dos ceros, La panza del arquitecto, El libro de cabecera, El contrato del dibujante, El bebé de Macon (impresionante, pero creo que no me atrevería a verla de nuevo) etc. Si se organizan, podemos hacer un ciclo sobre el maestro, a quien tuve la fortuna de conocer en la inauguración de una exposición de plástica y a quien tengo el dudoso honor de haber desconcertado al atribuirle a quemarropa una cita de Krzysztof Kieslowski.

Hasta la siguiente entrega.

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