miércoles, 7 de octubre de 2015

Libros: El cortejo nupcial helado en la nieve (Kadare)

El cortejo nupcial helado en la nieve
de Ismail Kadare
(ed. Alianza)

Estamos a sólo unas horas de que se anuncie que el Premio Nobel de Literatura se otorga a Ismail Kadare (si acierto, seré visto como un moderno Nostradamus; si no acierto, caeré en el olvido al lado de mi predicción). Evidentemente, no es que sea quien más lo merece entre los principales candidatos, pero es quien yo prefiero (una ojeada al Top Diez de los candidatos de este año deja en claro que ninguno merece el premio más que los otros; como siempre, debe ser una decisión difícil para los miembros de la academia ya que elegir a uno implica no elegir a grandes, grandes escritores). Fusilándome de manera escandalosa a un presentador del premio Óscar a la mejor película, diré que si gana, Kadare se encontrará al lado de García Márquez, Camus y Martinson; si no gana, acompañará a Borges, Calvino y Gally Companys.

Aunque se suele asociar a Kadare con la narrativa de las bondades del Estado Todopoderoso (sus relatos nos recuerdan las novelas de Herta Müller, El cero y el infinito de Arthur Koestler, Madre de Reyes de Kazmierz Brandys y toda la literatura del Gulag, empezando por las escalofriantes memorias de Evgenia Ginzburg recogidas en El Vértigo), los temas de sus novelas abarcan más, mucho más. En sus páginas podemos encontrar la terrorífica referencia a un no improbable Manual para la Conservación de las Cabezas (El nicho de la vergüenza), una idea de lo que implicó para personas del siglo pasado el primer contacto con los medios para registro y reproducción del sonido (El expediente H), narraciones sobre el absurdo de la guerra (El año negro) y hasta el fantástico ministerio al que los ciudadanos debían, por ley, asistir para contar lo que habían soñado (El palacio de los sueños).

He leído varias (menos de las que me gustaría) obras de Kadare, pero creo que una de las que me ha dejado imágenes más persistentes es El cortejo nupcial helado en la nieve. En el contexto de un régimen totalitario como los que predominaron en la Europa oriental del siglo pasado, se narra un episodio en el que (por ponerlo de algún modo) se da orientación a los disidentes. Disidentes que, es necesario decirlo, poco tienen que ver con los que (patrocinados o no por el sistema) vemos cada año empecinados en desacreditar toda iniciativa inconformista.

A Kadare, al igual que a muchos otros escritores de la Europa oriental, se le exilió de las bibliotecas durante muchos años. El régimen albanés le hizo lo mismo que a Milan Kundera le hiciera el régimen de la República Checa, y a muchos otros los regímenes soviéticos (no cito los casos de occidente, pero por supuesto que tenemos los nuestros). Muchos de estos autores terminaron refugiándose y escribiendo en Francia, Inglaterra o EEUU. O terminaron en sus países, condenados a dedicarse a otra cosa (tema que también narra Kadare en los relatos de Frente al espejo de una mujer. A este respecto, es interesante leer la valiente (parece un poco suicida) carta que Yevgueni Zamiatin dirigió al camarada Iósif Vissariónovich en la que pedía el exilio antes que la prohibición de escribir (lo cual consideraba una pena de muerte para cualquier escritor).

En fin, un gran autor, grandes libros (pequeños en extensión). Algo que no estaría bien dejar pasar. No sería adecuado. Y menos ahora que ha recibido el premio Nobel.

Hasta la siguiente entrega.

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